Déjame por favor, te lo suplico,
que ya no logro amarte y proseguir;
déjame, otra vez te lo repito,
pues ya perdí los sueños y comencé a morir.
Le pido a tu egoísmo no retenerme
para mantener una apariencia respetable,
ningún sentido tiene continuar adelante
cuando existe un argumento imperdonable.
Las penas y angustias que guardemos,
tendremos que ahogarlas en nuestro propio llanto
hasta que el Señor disponga que tal vez las olvidemos.
Y si la vida nos llevó hasta este quebranto
sin duda ha sido porque bien no nos queremos;
entonces: ¡Vete ya! Porque no puedo continuar penando.
Autor: Jorge Horacio Richino.