Con los rostros
curtidos por el viento,
el sol, y el salitre del mar,
con gesto adusto
y la mirada alerta,
así parten
los valientes pescadores
para internarse en
las aguas de su sino,
con la dura tarea de lograr
el fruto diario de su destino.
Rogando siempre
a la estrella de los mares
por que no permita interrumpir
un regreso seguro y feliz
- con un nutrido cargamento
de los mejores ejemplares -
y algo aún mucho más preciado
como es la recompensa
del reencuentro y el abrazo
con sus seres mas amados.
Difícil oficio el de los marinos
que para llevar a cabo su labor,
habrán de sortear infinidad de trances
poniendo en juego su temple y su valor.
No obstante su duro camino
nunca pierden la fe ni la ilusión,
mientras los acompañe el aroma del mar
que les tiene atrapado el corazón.
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Autor: Jorge Horacio Richino - Buenos
Aires 3 de agosto de 2007 - Todos los
derechos reservados.
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